EL FUTURO GRIS DE SHATILA

La aventura de labrarse un futuro con un presente repleto de dudas, necesidades y falsas esperanzas. El difícil papel de los jóvenes refugiados en Shatila.

Se estima que unos veintiocho mil refugiados sirios y palestinos viven hacinados bajo el cielo de Shatila (Beirut, Líbano). Construido a mitad del siglo XX para el amparo de los palestinos que huían del recién creado estado de Israel, todavía hoy sigue acogiendo víctimas de los conflictos de Siria y Palestina.
Sometidos a unas condiciones educativas muy deficientes, con un absentismo escolar que roza el 70% y un equipo docente precario, los jóvenes refugiados de entre 11 y 18 años, viven en un limbo, esperando a poder labrarse un futuro, que cada vez se les presenta mucho más incierto.

Con la constante esperanza de una vida mejor, algunos de estos adolescentes dan sus primeros pasos en el mundo laboral en su negocio familiar. Es el caso de Mustafa Teyson (refugiado sirio de 13 años que perdió a tres de sus hermanos en la guerra y llegó a Shatila acompañado de sus padres), que ayuda a su familia en la tienda de telares que regentan. Otros no disponen de esa oportunidad y acaban viviendo de la mendicidad o perteneciendo a alguna banda de jóvenes rebeldes.

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LA OTRA PANDEMIA

La soledad y el abandono de las personas más mayores se está convirtiendo en un mal endémico de graves consecuencias en de la sociedad española.

Después de más de un año de pandemia mundial, se ha confirmado que la crisis de la COVID-19 no ha afectado a todas las personas de igual manera. Los ancianos se han convertido en un grupo especialmente vulnerable ante la enfermedad y ante todas las consecuencias derivadas de ella. Ante este grupo de personas, la enfermedad presenta su peor pronóstico, por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento, habiendo sido definida la pandemia como una emergencia geriátrica.

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#CovidPhotostories

Después de 60 días desde que Pedro Sánchez decretara el estado de alarma, la sociedad española empieza a sufrir las primeras consecuencias del confinamiento al que ha sido sometida.

La pandemia del COVID-19 dejará heridas difíciles de cicatrizar, sobretodo en el ámbito económico. Sin embargo, como en todas las crisis de la historia, hay sectores que saldrán muy beneficiados de esta lacra.

Desde que se inició el confinamiento, he intentado conocer cómo está afrontando la población esta situación tan extrema. He podido hablar con empresarios, voluntarios, médicos… con el fin de crear un proyecto único sobre la crisis del Coronavirus:
COVID PHOTO STORIES.

El virus nos ha hecho cambiar como sociedad. Estamos haciendo frente a una nueva realidad y aunque nos cueste asimilarlo, parece ser que nuestras vidas nunca volverán a ser las mismas. #CovidPhotoStories

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MARRUECOS: LA LINEA

Marruecos vive constantemente sobre una línea imaginaria…

Desde que comenzó el reinado de Mohamed VI en 1999, el país no ha registrado ni un solo ejercicio con tasas negativas de crecimiento. Ni la crisis internacional de 008-2009 ni la Primavera Árabe han logrado frenar su dinamismo económico.

Pero su consolidado crecimiento en materia económica (junto a Colombia y Perú son los países emergentes que más han crecido en estos últimos años) no es suficiente para paliar las increíbles deficiencias registradas en otros ámbitos, como el cultural o el ámbito social.

A los constantes problemas en la región del Rif o el eterno conflicto en el Sahara Occidental con sus continuas violaciones de los Derechos Humanos, se unen problemas cómo las crisis migratorias, la vulneración de los derechos de la mujer o los constantes conflictos estatales en temas referentes a la libertad de expresión y prensa.

No cabe duda de que, con los retoques de 2011 a la Constitución, convirtieron la monarquía alauita en una de las más liberales del mundo árabe. Pero con el paso del tiempo, el pueblo marroquí se ha dado cuenta de que queda mucho por hacer y es que parece ser que aquella revolución estudiantil del 20-F ha quedado en nada. Las promesas de Mohamed VI se han esfumado y la gente parece resignarse en un estatus que no avanza y cada vez parece más estancado.

Proyecto seleccionado en Descubrimientos Photoespaña 2016

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NANDO

Le gustaba que le llamaran Nando… Papá fue muy feliz en los 90 y pienso que casi todos los jefes de las pequeñas y medianas empresas en España lo eran. Quizás no fue su culpa, quizás fue el ritmo de la economía o simplemente el exceso de confianza el que provocó que todo pareciera bonito económicamente hablando.

La empresa de mi padre, era una importante y reconocida factoría en el mundo de la construcción a nivel nacional. Sus ingresos, sus trabajadores en plantilla… Así lo certificaban. Yo era pequeño, veía a mi padre feliz y con una vitalidad espectacular.

En 2015 sólo quedaba un vago recuerdo y algún álbum de fotos que confirmaba lo que digo. La empresa perdió sus trabajadores y los ingresos ya no eran lo mismo.

Con 63 años mi padre dejó el coche, las cenas de empresa y su horario de jefe, para coger la furgoneta, el pan congelado y las interminables jornadas laborables…

A pesar de esto a mi padre le gustaba que le siguieran llamando… Nando.

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SALARYMAN

Estación de Shinjuku, son las cinco y media de la mañana y amanece en Tokyo. Millones de personas andan con paso firme sin tropezarse con nadie con un solo objetivo: subir dentro del vagón de tren correspondiente para no llegar tarde a la oficina.

Unos de los grandes protagonistas de esta estampa diaria son los salaryman japoneses, ejecutivos (término únicamente masculino, ya que en Japón a las mujeres se les llama Office Ladies) de una empresa, considerados generalmente de bajo rango.

En la década de los 80, la vida del salaryman era una buena aspiración para los jóvenes del país, como en otros lugares del mundo podría serlo convertirse en funcionario: un trabajo estable tras terminar la universidad, generalmente para toda la vida, a cambio de una entrega sin límites a la empresa y una buena relación con sus contactos profesionales para los momentos de ocio.

Sin embargo, todo cambió a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera a principios de los años 90. La crisis trajo tras de si consecuencias tales como la congelación salarial o el fin del empleo estable y duradero. La sociedad japonesa empezaba a acostumbrarse a tartar nuevos términos como presión laboral, estrés, preocupaciones o ataques de nervios por exceso de trabajo. A todo esto, se sumaban problemas asiduos como el alcoholismo, el agotamiento, o la vida solitaria de estos trabajadores que pasaban los días entre el trabajo, izakayas (tabernas típicas japonesas) o algún prostíbulo escondido de la ciudad. Una situación que en algunos casos terminaba desembocando en lo que se conoce como karoshi, la muerte de los empleados por exceso de trabajo. En 2015, por ejemplo, se registraron más de 900 casos de karoshi en Japón.

En los últimos años, debido al aumento de los casos de Karoshi, ese “exceso de trabajo” se ha convertido en un problema global en Japón. Hoy en día, la clase trabajadora japonesa sigue en lucha por sus derechos y el gobierno se encuentra en plena revisión de las leyes laborales actuales. Una mayor flexibilidad horaria, ayudas para las familias con necesidad de desplazamiento laboral o el control de las horas extras en los trabajos son algunas de las medidas que se están tomando para poder acabar con esta lacra social.

Los cambios en el sistema laboral japonés suceden muy lentos y mientras estas medidas no empiecen a surtir efecto, el salaryman seguirá levantándose a las cinco de la mañana, continuará trabajando una media de once horas diarias, con sus horas extras incluidas y cuando acabe su jornada laboral asistirá con sus compañeros a la izakaya en busca de alcohol y ocio. Después de todo esto y sólo si queda un hueco libre, llegará a casa y podrá ver por primera vez a su mujer y sus hijos.

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